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HOMILÍA de Cardenal Justin Rigali
Misa Puertorriqueña
Catedral de los Santos Pedro y Pablo
22 de septiembre del 2005

Queridos hermanos y hermanas en Cristo,

Felicidades y bienvenidos a esta gran celebración eucarística en ocasión del Festival Puertorriqueño celebrado esta semana en la ciudad de Filadelfia. Es para mí una alegría el poder estar presente con ustedes para dar testimonio de la fe católica que forma parte esencial de la espiritualidad de la gran mayoría de los puertorriqueños, aquí en nuestra Arquidiócesis y en su bella isla de Puerto Rico. Su presencia aquí esta noche no es solo una expresión de la unidad del pueblo de Puerto Rico, sino también es un signo maravilloso de la unidad de todos aquí presentes con la familia arquidiocesana, con la Iglesia universal, en unión con nuestro Santo Padre, el papa Benedicto décimosexto, y especialmente con el Pastor eterno, nuestro Señor Jesucristo.

Deseo reconocer la presencia de los sacerdotes, diáconos y religiosas que caminan cada día con ustedes en el ministerio pastoral de la Iglesia y trabajan generosamente poniéndose a su disposición con profundo amor. En particular, quiero destacar la presencia del monseñor Joseph Shields, a quien he nombrado el primer vicario para los hispanos católicos y quien será mi representante para todos los hispanos de nuestra Arquidiócesis. Felicito el trabajo desarrollado por los líderes comunitarios puertorriqueños que han organizado esta celebración. Su deseo de mantener viva esta tradición de la Misa Puertorriqueña y su disposición de tomar responsabilidad de ella es testimonio de su amor por su fe católica y de la importancia de la Iglesia en sus vidas. Sepan que las necesidades humanas y espirituales de todos los hispanos de nuestra Arquidiócesis son para mi una gran prioridad.

La Iglesia se siente orgullosa de lo que Cristo ha hecho por el pueblo puertorriqueño en Puerto Rico y aquí en nuestro país. Desde el nacimiento de la bella cultura puertorriqueña, la fe católica, su amor por la Madre de Dios, la Virgen María, bajo el título de Nuestra Señora de la Divina Providencia, y su devoción a la presencia de Cristo en la Eucaristía , han sido parte esencial de la vida del pueblo de Puerto Rico. La presencia de ustedes esta noche es también fruto de la obra tan importante que sus padres, abuelos, sacerdotes, religiosas y catequistas desarrollaron al compartir el don de la fe con ustedes. El pueblo puertorriqueño en este país y en particular, en nuestra Arquidiócesis, ha colaborado en la misión de la Iglesia; ha contribuido generosamente en la obra de Dios con sus muchos dones y a la vez ha recibido muchas bendiciones en este gran labor. Aquí, en esta Iglesia local, ustedes han construido sus vidas con entusiasmo, energía y éxito. Esto es causa de alegría y de un espíritu de profundo agradecimiento a Cristo, Nuestro Señor, quien se encuentra en el centro de nuestra vida como Iglesia, y como pueblo.

Ahora Dios, en este momento en su historia como pueblo de Puerto Rico, juntos a sus comunidades parroquiales y en unión con toda la Iglesia arquidiocesana, los llama a una gran misión, la misión de servir a tantos nuevos inmigrantes hispanos y de otras nacionalidades que han vendido a esta tierra en busca de una vida mejor. Este es verdaderamente el momento de emprender esta nueva misión de ayudar a tantas personas de nuestras comunidades que sufren grandes necesidades, con un espíritu de solidaridad, de compasión y comprensión, con un corazón misericordioso y dispuesto a perdonar. Ustedes, como inmigrantes, han experimentado muchos desafíos y han sido exitosos al confrontarlos en el nombre de Jesÿs. Muchos ahora necesitan de ustedes, de su experiencia y sabiduría, de su amor cristiano.

Para llevar acabo esta misión necesitamos estar espiritualmente llenos de vida, y enraizados en la paz de Cristo. La Palabra de Dios, en la Carta de san Pablo a los Colosenses, nos exhorta esta noche: «Pónganse, pues, el vestido que conviene a los elegidos de Dios . . . revístanse de sentimientos de tierna compasión, de bondad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia.. Y todo lo que puedan decir o hacer, háganlo en el Nombre de Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él».

En este momento en la historia del pueblo puertorriqueño en la Arquidiócesis de Filadelfia, Dios los llama a recordar el pasado con un corazón lleno de gratitud y a la vez los llama a profundizar su compromiso con la misión de Cristo, pidiendo a Dios Padre su ayuda y confiando en su Divina Providencia. La realidad es que, sí, existen problemas a resolver, desafíos a superar, y cargas que llevar. Pero Cristo Jesús, quien se encuentra en el centro de la vida de los puertorriqueños en la Isla y aquí, camina fielmente con cada uno de ustedes. En las palabras del Evangelio de san Mateo, que han escuchado, Jesús nos dice claramente: «Vengan a mí los que se sienten cargados y agobiados, porque yo los aliviaré». Jesús nos pide que abramos nuestros corazones al consuelo que Dios nos ofrece cada día y al mismo tiempo nos desafía a que renovemos nuestro compromiso de ayudar a los demás a llevar sus cargas. Así nos dice san Pablo en su Carta a los Gálatas: «Ayúdense mutuamente a llevar sus cargas y así cumplirán la ley de Cristo» (Gálatas 6: 2).

Mis queridos hermanos y hermanas, la celebración de la Eucaristía es siempre una celebración de acción de gracia: agradeciendo a Dios su amor por nosotros, manifestado en forma perfecta en el sacrificio de Cristo Jesús en la cruz. Este Cristo se hace presente esta noche en el pan y el vino consagrados para ser nuestro alimento, nuestra fortaleza y nuestra vida. Esta presencia de Jesús en la Eucaristía también nos une, formando en nosotros un solo cuerpo y un solo espíritu. Vivamos pues intensamente unidos a Cristo y a nuestros hermanos. Y como nos dijo san Pablo en su Carta a los Colosenses: «Por encima de todo, tengan el amor, que es el vínculo perfecto. Que la paz de Cristo reine en sus corazones; ustedes fueron llamados a encontrarla, unidos en un mismo cuerpo. Finalmente, sean agradecidos » (Colosenses 3: 14-15).

Que Dios Padre, los bendiga a ustedes por su colaboración y contribución en la obra de su Reino y que cada día puedan ustedes reconocer y agradecer las muchas bendiciones que han recibido al darse tan generosamente a esta obra de Dios. Que la Virgen María, Madre de la Divina Providencia los acompañe y los proteja al continuar la misión que su Hijo les ha encomendado. Sepan que yo ruego a Dios constantemente por ustedes y por todos los fieles de nuestra gran Arquidiócesis, y les pido que rueguen ustedes a Dios por mí. Amen.

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