Homily of Cardinal Justin Rigali
Third Sunday of Advent - Feast of Our Lady of Guadalupe
Cathedral Basilica of Saints Peter and Paul
December 12, 2009
Muy queridos Hermanos y Hermanas:
Aunque estamos en pleno Adviento y las lecturas para la Misa de hoy son las del tercer domingo de Adviento, hoy nos hemos parado para celebrar también la gran fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe. Es muy interesante que tanto las lecturas de nuestra santa Misa como el festival que celebramos tienen algo en común: la proclamación de la Buena Nueva, es decir, la Palabra de Dios, la Palabra de Salvación encarnada en la persona de Jesucristo, nacido de la Virgen María.
En los dos primeros domingos de Adviento hemos oído el anuncio de la Salvación y hemos contemplado los caminos por donde nos viene dicha Salvación. En este tercer domingo de Adviento, la Palabra de Dios nos habla del gozo que debemos sentir al experimentar la actuación de Dios en nosotros.
La primera lectura tomada del profeta Sofonías nos exhorta este domingo de “Gaudete,” (es decir, regocijarse), de cantar y de ser alegres porque Dios viene no para juzgarnos sino para salvarnos y renovarnos. También Sofonías nos asegura que Dios “está en medio” de nosotros y nos ama profundamente. Es decir, que como cristianos tenemos la Salvación en plenitud. Este amor de Dios hacia nosotros incluso es causa de júbilo en los días de fiesta como la de hoy, la fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe, cuando hemos cantado y regocijado en las Mañanitas.
En la segunda lectura, tenemos también la alegría en plenitud. San Pablo nos lo recuerda y dice: “Alégrense siempre en el Señor, se lo repito; ¡alégrense!” El motivo de este gozo colmado es la presencia de Cristo: “El Señor está cerca.” Con la presencia del Señor, es imposible estar tristes. Además, San Pablo nos recomienda que nuestra alegría tenga una expansión entre los que están a nuestro alrededor. Tiene que ser una alegría de contagio: una alegría de testimonio: “Que la benevolencia de ustedes sea conocida por todos.”
En la tercera lectura del Evangelio de San Lucas, el evangelista nos transmite el aviso de Juan Bautista: La alegría cristiana debe ser extendida mediante una actuación justa en el mundo. El cristiano sabe que con su conducta expande el gozo de la salvación, sobre todo, la generosidad a los que no tienen lo que tenemos: “Quien tenga dos túnicas, que dé una al que no tiene ninguna, y quien tenga comida, que haga lo mismo.” Tanto como lo anunciará Jesús, Juan Bautista insiste que la ley fundamental de la transformación del mundo es el amor. El cristiano se funda en el “nuevo mandamiento”: del amor a todos y en todas las ocasiones de la vida. Es una dimensión misionera del cristianismo: el cristiano se salva en cuanto ayuda a salvar a los demás. Todos estamos llamados y obligados a hacer extensiva y eficaz la alegría de la Salvación nacida en Jesucristo, Hijo de Dios e Hijo de la Santísima Virgen María.
Queridos hermanos y hermanas, la celebración de Nuestra Señora de Guadalupe demuestra la llegada de la buena nueva de la Salvación para la humanidad. En realidad, esta aparición no es muy distinta de otras apariciones de los pueblos oprimidos que buscaban un signo de libertad, esperanza y alegría. La Virgen María, ella misma Portadora de la Palabra de Salvación, siempre ha estado presente tanto en los momentos de triunfo y alegría como en las horas de dolor, en las calamidades de la naturaleza o de la política, en las luchas y en las persecuciones. Madre espiritual por ser Ella Madre de la Iglesia por habernos dado a Jesucristo, y Madre, en segundo lugar, por haber inspirado y protegido a todos los que le acudían pidiendo su ayuda. Recordemos hoy la bella oración que recomiendo que recen diariamente a la Virgen María, el “Memorare”: Acuérdate, ¡oh piadosísima Virgen María!, que jamás se oyó decir, que ninguno de los que han acudido a tu protección, implorado tu asistencia y reclamado tu socorro haya sido abandonado de ti. Animado de esta confianza, a ti también acudo, oh Madre Virgen de las vírgenes, y gimiendo bajo el peso de mis pecados, me atrevo a comparecer ante tu presencia soberana, ¡oh Madre de Dios y Madre nuestra!, no deseches mis súplicas; antes bien, escúchalas y acógelas benignamente.”
Queridos hermanos y hermanas, ya que se acerca la Navidad, recordemos, sobretodo hoy en la celebración de Nuestra Señora de Guadalupe, que la fe que Dios nos pide es, como El mismo, desconcertante. Pero como cristianos esperamos a Dios que vive con nosotros y que nos ama profundamente. Esperamos en este santo tiempo de Adviento a Dios no como a un equipo de fútbol triunfador, no como a una estrella de cine o de la canción, no como a ningún líder político poderoso, sino como a un amigo que viene a cenar en nuestra casa porque en esta Santa Eucaristía, este amigo nos está invitando a cenar con Él, ofreciéndole nuestros corazones y nuestras vidas enteras. ¡Que la Eucaristía que estamos celebrando en honor de la Virgen de Guadalupe nos dé la fuerza de voluntad que necesitamos para imitar a María para que seamos también portadores de la Buena Nueva del Amor a todo el mundo!